Ghia Streamline X
El parón creativo al que dio lugar la Segunda Guerra Mundial al destinar las factorías más importantes de Europa a la fabricación de material militar, no hizo sino albergar una situación de almacenamiento de ideas en la cabeza de los diseñadores e ingenieros, que hizo explosión a partir de 1948, cuando fueron libres para volver a plasmar sus ideas en el metal.
Uno de los pioneros de la aerodinámica en este boom fue Giovanni Savonuzzi, que, procedente de la industria aeronáutica, trabajó para Cisitalia con los modelos CMM, marca que abandonó para trabajar por su cuenta, compaginándolo con un puesto de profesor en la Escuela Politécnica de Turín. Además asesoró, en esta época, a una de las carroceras más importantes de Italia, Ghia, cuyo escudo a día de hoy sólo vemos en las insignias de los Ford de gama alta.
Esta situación cambió, cuando en un momento en el que el director comercial de Ghia, Luigi Segre había establecido una estrecha colaboración con la americana Chrysler, trabajando según diseños del diseñador de la casa Virgil Exner. Para los primeros proyectos de la coalición Mario Boano e hijo fueron los responsables técnicos, sin embargo, tras una disputa relativa a un modelo para Conrero, los Boano abandonaron la casa, y fue Savonuzzi el que, en la misma noche, se hizo con las riendas de la dirección técnica y de diseño de Ghia.
Savonuzzi, definido por Dante Giacosa como creativo, diligente, inteligente y un trabajador incansable comenzó a trabajar en un coche que debía ser aerodinámico, moderno y cómodo dentro de unas medidas prefijadas por Chrysler en 3,27 m de batalla, 2 de ancho y 1,37 de alto.
El concepto se fue estilizando, influido por la”Rocket Age” americana, con esas grandes aletas traseras que comienzan en el morro, cúpulas de plástico y grandes apéndices que se acercaban más al diseño de un caza que al de un coche. Pero para el italiano, trabajar con el aire implicaba usarlo de la forma más eficiente, no parecerse a un avión. Cada elemento aerodinámico debía cumplir su función, en lugar de simplemente buscar dramatismo en el diseño, y para ello se valió de los túneles de viento del Politécnico de Turín, donde trabajó con modelos a escala, dado que no era posible a tamaño real en el momento. En ese coche plasmó su buen ojo para la proporción, la forma y la delicadeza en la superficie dándole a su diseño una sensitividad que no hizo sino acabar inspirando modelos posteriores como el Chrysler Supergilda, el Dart o el 400 Superdart, e incluso el exclusivo Ferrari 410 Superamerica Coupé de 1955 hecho por encargo para el ídolo de Indianapolis Robert Wilke.
Según la hija de Savonuzzi, por la sensual línea resultante, y por su natural sentido del humor, lo bautizó como Gilda, en honor al famoso personaje al que daba vida Rita Hayworth en la gran pantalla.. ese que recibía la famosa bofetada de Glenn Ford. Pero su nombre técnicamente fué Ghia Streamline X.
La cabina estaba inusualmente adelantada, y era pequeña, en proporción con el tamaño del coche, a fin de dejar atrás suficiente espacio para un motor especial. Estéticamente el diseñador realizó un imponente trabajo en naranja y plata, que realzaba la línea del coche.
El proyecto era ambicioso en todos los sentidos, y hablando de una época de aviación, cohetes y velocidad, el italiano, planteó dotar al diseño de una pequeña turbina de gas, que podría funcionar con gasolina, queroseno o gasoil, y que según rezaba la presentación de Ghia en el Salón del Automóvil de Turín de 1955, donde fue presentado acaparando todas las atenciones, podría llevar el coche a unos nada modestos en el momento 225 km/h.
Sin embargo, nunca se le instaló la turbina, de hecho ni llegó a montar una suspensión trasera, hecho para nada relevante, dado que no era la intención llevarlo a la producción en serie, si no plantear un nuevo concepto. Y de hecho el propio trabajo con este concepto catapultó a Savonuzzi a la división de turbinas de Chrysler.
Tras debutar en Turín, se paseó por los principales salones europeos hasta que aterrizó en 1956 en Estados Unidos, donde se quedó en el Henry Ford Museum de Dearborn, donde estuvo expuesto hasta 1969, que pasó a manos de la colección Harrah de Reno y luego, en 1985 pasó al museo Blackhawk que lo saco a la venta en 2005 en las Vegas por 125.000 dolares. Su nuevo dueño lo restauro fielmente en California, incorporando por fin una turbina de gas acorde a la época, que ofrece unos 70 CV a 54.000 rpm. Este lo presento en 2008 en Pebble Beach, la Dreamweaver Exhibition en Turín y en el concurso de elegancia de Villa d’Este, luego lo intentó subastar por más de un millón de dólares sin frutos.